Intentando pasar con una amiga por la pista de baile, repleta de gente, un chaval me agarró por detrás y me metió la mano por los pantalones. Lo retiré al momento y cuando le miré solo se rió en mi cara y se fue. Los porteros no le dieron mucha importancia al asunto cuando me quejé de aquello. Me sentí como un trozo de carne que cualquiera puede comer y con el que jugar a su antojo.
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