Fue una noche que salí de fiesta con mis amigas. Era tarde, yo estaba cansada y ellas querían seguir de juerga. Yo no había sacado el coche porque iba a beber así que, como opción segura para volver a casa, decidí coger un taxi. Pasé mucho miedo porque el taxista que me llevó a casa me hizo sentir muy incómoda. Era un chico joven, con un aspecto más bien agradable pero su forma de tratarme y de mirarme hizo que se me pusieran los pelos de punta. No hizo falta que me dirigiese la palabra más de lo necesario, la manera en que me observaba desde el retrovisor me hizo sentir fatal, porque me di cuenta de que estaba a su merced, de que él lo sabía y de que en cierto modo eso le excitaba. El viaje se me hizo eterno. Jamás volveré a coger un taxi sola.
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